domingo, 28 de noviembre de 2021

    SOLEDAD. AMIGA DESCONOCIDA, ENEMIGA MASIFICADA


    Hace un par de meses fui a un evento social solo. Completamente solo. En este caso acudí a una obra de teatro de lo más normal y corriente, sin ostentaciones derivadas de la fama de los actores ni nada parecido. Total, que le he dado varias vueltas al asunto antes de acometer esta mi primera entrada del blog. Ahí va.

    Como dije, asistí al acto sin ninguna compañía con la que sentirme arropado o en la que refugiar mi mirada cuando no supiera dónde mirar, cuando notase el nervio
sismo de mis voces interiores atenazándome, cuando pensara que todo el mundo me miraba. A mí. El centro del evento, ¿por qué? Por acudir solo. Ese absurdo razonamiento que hace que magnifiquemos de tal manera nuestras circunstancias propias que nos pensemos absolutos protagonistas de marco en el que nos movamos en ese instante. Se magnifica de tal manera que eclipsa el marco propio del resto de personas. “Solo nos van a mirar a nosotros”, “somos los raros por acudir solos”, “mira todo el mundo charlando animadamente y cómo me miran a mí”, “estoy solo, soy un pobre hombre desamparado y sin nadie con quien acudir”, “pobrecito este chico, seguro que es un infeliz”. MIERDA. Nada de eso es cierto más que en nuestra cabeza. No sabemos en qué punto hemos perdido el norte de tal manera como para saber lo que piensan los demás, la magnitud de sus preocupaciones y lo nimias que son estas comparadas con sus pensamientos acerca de nosotros. Reflexionando sobre ello podemos llegar a la conclusión más plausible y probable de que no tengan ninguna ocupación, ningún pensamiento, ningún tipo de preocupación en sus desahogadas vidas más que pensar en lo que hace una persona sola y sin compañía en un evento social. NO. CLARO QUE NO.

    La creencia de sentirnos el centro de atención de todo nuestro alrededor viene inculcada en nuestra mente desde hace muchísimo tiempo. De siempre se nos ha dicho que somos especiales y que poseemos unas cualidades que no tiene todo el mundo, que somos unos seres irrepetibles y únicos con unos dones y una verbigracia dignas de semidioses de la Antigua Grecia. Pero, obviamente, eso no es cierto. En cierto modo sí que somos especiales, en el sentido de que obviamente no hay nadie como nosotros en el mundo. Desde luego. Aceptado. Pero de ahí a pensarnos tan especiales como para imaginar que, de dicha originalidad vital atraemos la atención desmesurada de todo aquel ser viviente que nos rodea dista un mundo. ¿Acaso no somos nosotros los primeros en observar? ¿En juzgar? ¿En pensar de otro? ¿En prejuzgar y emitir internos juicios de valor más o menos acertados? Y, mucho más importante, ¿en olvidar instantáneamente ese juicios de valor, opiniones y pensamientos sobre esas personas que nos rodean? Esto es lo más importante, es el quid. El ser humano juzga todo lo que le rodea mediante sesgos y pensamientos automatizados surgidos de la evolución y en base a las ansias de supervivencia y adaptación al medio: analizar, observar, juzgar en base a las experiencias guardadas en nuestro disco duro. Somos eres, por naturaleza, juiciosos. Prejuiciosos. Es lo que eras atrás nos salvó, por ejemplo, de que un tigre nos comiera al moverse algo entre los arbustos y salir disparados. Al menos los antepasados que salieron huyendo. Aquellos curiosos que se quedaron curioseando temerariamente impasibles no tuvieron la oportunidad de legar su ADN para generaciones venideras. La supervivencia no iba con ellos.


    Volvamos al tema de los juicios y prejuicios. Debemos quitarnos todas esas tonterías de la cabeza. A la gente no le importamos una mierda. Tal cual. Una puta mierda. ¿Te suena bien? Genial. ¿Te suena mal? Reflexiona. ¿Recuerdas a aquel tipo tan extraño que te cruzaste por la calle no sé qué día no sé qué mes y ni recuerdas el año? Exacto. Igual que el resto de las personas con las que te cruzas en el día a día y en el 99% de las ocasiones. Estamos ocupados en nuestras rumiaciones, pensamientos. Puedes juzgar a alguien que se cruce en tu camino durante unos breves instantes, pero ¿Cuánto tardas en olvidarlo y volver al hilo de tus cavilaciones internas? A pensar en tus proyectos, en los pisos en alquiler que habrá en esa calle, en cuñando le dirás eso tan importante a esa chica, en si es una buena inversión aquello o lo otro o en las series del gimnasio o la comida que vas a prepararte hoy. ¿Alguien en algún lugar en concreto se acuerda de aquella vez que tal persona hizo aquello tan ridículo? No. ¿Sabes por qué? Puede que todas esas personas hayan muerto y el recuerdo se haya esfumado con ellas. Y, en caso de seguir vivas, seguramente nadie te pueda concretar más allá de cuatro o cinco matices de aquel suceso. Nuestro cerebro no lo considera útil y, por consiguiente, lo desecha. (MATIZ: Dependiendo de la mentalidad y las aspiraciones personales de cada uno. Hay personas con más o menos afán por causar daño a otras personas y por guardarse esos recuerdos como arma arrojadiza a utilizar pasado un período de tiempo, o para un “por si acaso” me sirve. Sí, hay personas así. Lo sabemos todos. Incluso alguna vez nosotros mismos hemos pecado de ello).
               
    Hoy en día vivimos más rodeados de personas que nunca en la Historia de humanidad pero nos sentimos más solos que nunca. Puede deberse a varios tipos de desconexión con el entorno que nos rodea: de tipo, material y circunstancial. Puede que toda la sociedad esté tendiendo hacia un individualismo de tipo conectado, que no conectivo. Pero esto último es forzado. Habría que desarrollarlo: redes sociales, desconexión digital, dificultad acuciante para entablar relaciones humanas verdaderas con cada avanzar del tiempo, etcétera. Por ello, bajo mi punto de vista, no es para nada descabellado que cada persona persiga unas ambiciones personales puras (si es que el individuo ha llegado a ese punto) e intente acometer ese desarrollo por su cuenta en vistas de que el entorno, impuesto directa o indirectamente (posibilidad de cambiarlo potencialmente pero imposibilidad por circunstancias personales o sin posibilidad de cambiarlo potencialmente debido a circunstancias objetivas) no favorece dicho desarrollo. Nos convertimos, tras mucho trabajo, en individuos conscientes de nuestro ser y existir y, derivado de de esa consciencia, nos damos cuenta de que nos valemos nosotros mismos para realizar actividades con las cuales podemos crecer y desarrollarnos sin ayuda del prójimo. No es esto, ni mucho menos, un alegato a favor del aislamiento social ni a la misantropía pura. No debemos confundir el realizar tareas que apoyen nuestro crecimiento y ambiciones con convertirnos en seres completamente deformes relacionalmente hablando, ni con patologías sociales graves. El ser humano, por mínima que sea, necesita de relaciones interpersonales. Ahora bien, ante la imposibilidad de llevar a cabo estas de manera satisfactoria en ciertos ámbitos de la vida y en pos de convertirse en el mejor ser posible hay ocasiones en las que es necesario aislarse y, de manera solitaria, realizar esas tareas y llevar a cabo eso que para nosotros, para NUESTRO CAMINO, nos va a venir tan bien y nos va a ayudar a crecer de esa manera tan satisfactoria.

Vivir de manera aislada puede resultar ser la paz que muchos ansían.


    Tomando la soledad como una herramienta para el crecimiento personal debemos diferenciar entre una soledad forzada o impuesta y una soledad buscada o perseguida. Este punto me parece clave. No será la primera ni la última vez que oímos eso de “Vivimos en la sociedad más conectada de la historia y nos sentimos más solos que nunca”. Es el punto. Estar en una habitación rodeado de personas y sentirte completamente solo es una de las peores sensaciones que existen bajo mi punto de vista. Este tipo de soledad podríamos denominarla como al sociedad “forzada o impuesta”, siempre entrecomillada ya que nadie nos impone estar en una situación así, simplemente son situaciones que se dan pro el devenir de los acontecimientos de nuestra vida diaria. ¿Rodeado de tus amigos, nadie hablando y todos con un brillo azulado en sus rostros enfocados hacia la pantalla entre sus manos? ¿Has visto a pandillas de chavales quedar en bancos de cualquier parque simplemente para hablar a través de sus móviles? Si te resulta familiar esta situación, sabes de lo que hablo.

     La siguiente situación que nos atañe es la de aquel individuo que en plenos poderes para ejercer su libertad de elección elige aislarse, pasar tiempo consigo mismo (lo que no es lo mismo que solo), reflexionar en privacidad. Este tipo de soledad es la que podemos considerar plena y solo potencialmente elegible para una minoría que ha de cumplir unas pocas condiciones: ansia de autoconocimiento, armonía con uno mismo o, en su defecto, ganas por alcanzarla. Ya lo decía Schopenhauer: “La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes”. Y eso aspiramos a convertirnos.


Autoconocimiento
: Utilizar la soledad como una herramienta para tratar de autoanalizarnos y hablar con nosotros mismo como si de un amigo (así debería ser siempre) se tratase. Explorarnos, dialogarnos, hablarnos, discutir con nosotros mismos y, aunque suene fácil peo realmente sea lo más exigente, ser sinceros con nosotros mismos en todas aquellas temáticas que tratemos. Recordad, estamos a solas con nosotros. Aprovechémoslo para crecer. Nada de autocompadecerse. ¿Sería grato quedar con un amigo y que él solo trate de volcarnos toda su caja de mierda y pesares que lleva a la espalda? ¿Cómo nos sentiríamos? ¿Haríamos nosotros lo mismo? ¿Nos parecería bien? ¿Y por qué lo hacemos con nosotros mismos?


Crecimiento:
Ya mencionado anteriormente, debemos tratarnos como trataríamos a nuestros mejores amigos. No hay más. Normalmente nos hablamos peor de lo que lo haríamos a cualquier persona que conozcamos, amiga o no tan amiga. ¿Por qué? ¿Y por qué siempre esa voz mental nos atiza tanto? El ego insatisfecho por los estándares que, casualmente, nos impone esa sociedad y esas compañías entre las que nos sentimos tan aislados y solitarios.


Verdad:
También mencionado. Estamos con nosotros. A solas. Sin nadie que nos escuche, juzgue, aconseje, dé su opinión sin que le preguntemos o emita un veredicto. ¿Qué razón tenemos para mentirnos? Sí, de acuerdo. EL EGO. Va siendo hora de empezar a dejarle fuera de nuestras conversaciones y la mejor de hacerlo es siendo completamente honestos y crudos. Nos llevaremos buenas, y no tan buenas, sorpresas sobre cómo somos en realidad tras la imagen que nos hemos creado después de tantos años de contacto social y crecimiento hacia afuera, y no hacia adentro.

    
Por mi parte comenzaría con pequeños actos que normalmente realizamos en compañía de otras personas. Hagamos algo sin avisar a nadie. Comencemos simple: un paseo por la ciudad, bosque. Un café en un bar, sentados, simplemente mirando a la gente que pasea por la calle, cogiendo un (pasado de moda, pero con un toque elegante) periódico y hojeando distraídamente sus páginas, observando a las personas que nos rodean. Como primera toma de contacto puede estar genial por tres aspectos: El primero es estar solos rodeados de gente y habiendo elegido esa situación, tal cual. El segundo es poner a prueba a nuestros pensamientos y analizar lo que sentimos en ese momento, la ansiedad de sentirnos observados por miradas ajenas y juzgantes, la incomodidad de no tener otro ente humano cercano al cual comentar lo que ocurre si no a nosotros mismos, ni disponer de una mirada amiga en la cual descansar nuestra acelerada mente. El tercero es, una vez analizados los pensamientos, darnos cuenta por nosotros mismos de lo irrisorio que resulta preocuparse de que la gente nos esté mirnado y juzgando cuando están centrados en sus asuntos y sus compañías. Somos una persona en un bar hojeando un periódico, y ya está. Nada más. Eso somos para ellos. No somos unos raros, tipos peligrosos o gente de la cual separarse por las aviesas intenciones que albergan al haberse sentado solos y sin compañía en una mesa de una cafetería. Cae en la cuenta de ellos lo antes posible. Analiza, en versión espejo, lo que esas mismas personas representan para ti. ¿Verdad que es fácil? Ahora, ¿te das cuenta lo que tú significas para ellos? Exacto. Incluso menos, ya que ellos están centrados en sus compañías y en ellos mismos. Tú solo estás centrado en ti mismo, en tu diálogo interior.

Como comienzo y punto de partida es de lo más simple y efectivo que puede haber y realmente es más fácil de lo que parece.
Es la hora de los libres.

Estar solo por elección es muy diferente a estarlo por imposición. Debemos diferenciar.



“La soledad es y siempre ha sido la experiencia central e inevitable de todo hombre”
-Tom Wolfe

    Es, a partir de esa elección de la soledad, como debemos cogerla como si de una herramienta manual se tratase, la cual contiene tres elementos o matices para tratarla:

    Estas situaciones pueden sonar muy idílicas, a paseo en el bosque o a fin de semana de retiro en una casa en lo alto de una montaña sin cobertura ni comunicación humana posible. Bueno, podría ser, pero no es el objetivo ni, desde luego, el camino más fácil para comenzar a estar solos.

    Por terminar, de manera más contundente y contumaz: Si esta sociedad no te causa espanto ni ganas de separarte de ella seguramente estés tan enfermo y corrompido como ella.

    Es la hora de los solitarios.