Hace un par de meses fui a un evento social solo. Completamente solo. En este caso acudí a una obra de teatro de lo más normal y corriente, sin ostentaciones derivadas de la fama de los actores ni nada parecido. Total, que le he dado varias vueltas al asunto antes de acometer esta mi primera entrada del blog. Ahí va.
Como dije, asistí al acto sin ninguna compañía con la que sentirme arropado o en la que refugiar mi mirada cuando no supiera dónde mirar, cuando notase el nervio
sismo de mis voces interiores atenazándome, cuando pensara que todo el mundo me miraba. A mí. El centro del evento, ¿por qué? Por acudir solo. Ese absurdo razonamiento que hace que magnifiquemos de tal manera nuestras circunstancias propias que nos pensemos absolutos protagonistas de marco en el que nos movamos en ese instante. Se magnifica de tal manera que eclipsa el marco propio del resto de personas. “Solo nos van a mirar a nosotros”, “somos los raros por acudir solos”, “mira todo el mundo charlando animadamente y cómo me miran a mí”, “estoy solo, soy un pobre hombre desamparado y sin nadie con quien acudir”, “pobrecito este chico, seguro que es un infeliz”. MIERDA. Nada de eso es cierto más que en nuestra cabeza. No sabemos en qué punto hemos perdido el norte de tal manera como para saber lo que piensan los demás, la magnitud de sus preocupaciones y lo nimias que son estas comparadas con sus pensamientos acerca de nosotros. Reflexionando sobre ello podemos llegar a la conclusión más plausible y probable de que no tengan ninguna ocupación, ningún pensamiento, ningún tipo de preocupación en sus desahogadas vidas más que pensar en lo que hace una persona sola y sin compañía en un evento social. NO. CLARO QUE NO.
La creencia de sentirnos
el centro de atención de todo nuestro alrededor viene inculcada en nuestra
mente desde hace muchísimo tiempo. De siempre se nos ha dicho que somos
especiales y que poseemos unas cualidades que no tiene todo el mundo, que somos
unos seres irrepetibles y únicos con unos dones y una verbigracia dignas de
semidioses de la Antigua Grecia. Pero, obviamente, eso no es cierto. En cierto
modo sí que somos especiales, en el sentido de que obviamente no hay nadie como
nosotros en el mundo. Desde luego. Aceptado. Pero de ahí a pensarnos tan
especiales como para imaginar que, de dicha originalidad vital atraemos la
atención desmesurada de todo aquel ser viviente que nos rodea dista un mundo.
¿Acaso no somos nosotros los primeros en observar? ¿En juzgar? ¿En pensar de
otro? ¿En prejuzgar y emitir internos juicios de valor más o menos acertados?
Y, mucho más importante, ¿en olvidar instantáneamente ese juicios de valor,
opiniones y pensamientos sobre esas personas que nos rodean? Esto es lo más
importante, es el quid. El ser humano juzga todo lo que le rodea mediante
sesgos y pensamientos automatizados surgidos de la evolución y en base a las
ansias de supervivencia y adaptación al medio: analizar, observar, juzgar en
base a las experiencias guardadas en nuestro disco duro. Somos eres, por
naturaleza, juiciosos. Prejuiciosos. Es lo que eras atrás nos salvó, por
ejemplo, de que un tigre nos comiera al moverse algo entre los arbustos y salir
disparados. Al menos los antepasados que salieron huyendo. Aquellos curiosos
que se quedaron curioseando temerariamente impasibles no tuvieron la
oportunidad de legar su ADN para generaciones venideras. La supervivencia no
iba con ellos.
Hoy en día vivimos más rodeados de personas que nunca en la Historia de humanidad pero nos sentimos más solos que nunca. Puede deberse a varios tipos de desconexión con el entorno que nos rodea: de tipo, material y circunstancial. Puede que toda la sociedad esté tendiendo hacia un individualismo de tipo conectado, que no conectivo. Pero esto último es forzado. Habría que desarrollarlo: redes sociales, desconexión digital, dificultad acuciante para entablar relaciones humanas verdaderas con cada avanzar del tiempo, etcétera. Por ello, bajo mi punto de vista, no es para nada descabellado que cada persona persiga unas ambiciones personales puras (si es que el individuo ha llegado a ese punto) e intente acometer ese desarrollo por su cuenta en vistas de que el entorno, impuesto directa o indirectamente (posibilidad de cambiarlo potencialmente pero imposibilidad por circunstancias personales o sin posibilidad de cambiarlo potencialmente debido a circunstancias objetivas) no favorece dicho desarrollo. Nos convertimos, tras mucho trabajo, en individuos conscientes de nuestro ser y existir y, derivado de de esa consciencia, nos damos cuenta de que nos valemos nosotros mismos para realizar actividades con las cuales podemos crecer y desarrollarnos sin ayuda del prójimo. No es esto, ni mucho menos, un alegato a favor del aislamiento social ni a la misantropía pura. No debemos confundir el realizar tareas que apoyen nuestro crecimiento y ambiciones con convertirnos en seres completamente deformes relacionalmente hablando, ni con patologías sociales graves. El ser humano, por mínima que sea, necesita de relaciones interpersonales. Ahora bien, ante la imposibilidad de llevar a cabo estas de manera satisfactoria en ciertos ámbitos de la vida y en pos de convertirse en el mejor ser posible hay ocasiones en las que es necesario aislarse y, de manera solitaria, realizar esas tareas y llevar a cabo eso que para nosotros, para NUESTRO CAMINO, nos va a venir tan bien y nos va a ayudar a crecer de esa manera tan satisfactoria.
Vivir de manera aislada puede resultar ser la paz que muchos ansían. |
Tomando la soledad como una herramienta para el crecimiento personal debemos
diferenciar entre una soledad forzada o impuesta y una soledad buscada o
perseguida. Este punto me parece clave. No será la primera ni la última vez que
oímos eso de “Vivimos en la sociedad más conectada de la historia y nos
sentimos más solos que nunca”. Es el punto. Estar en una habitación rodeado de
personas y sentirte completamente solo es una de las peores sensaciones que
existen bajo mi punto de vista. Este tipo de soledad podríamos denominarla como
al sociedad “forzada o impuesta”, siempre entrecomillada ya que nadie nos
impone estar en una situación así, simplemente son situaciones que se dan pro
el devenir de los acontecimientos de nuestra vida diaria. ¿Rodeado de tus
amigos, nadie hablando y todos con un brillo azulado en sus rostros enfocados
hacia la pantalla entre sus manos? ¿Has visto a pandillas de chavales quedar en
bancos de cualquier parque simplemente para hablar a través de sus móviles? Si
te resulta familiar esta situación, sabes de lo que hablo.
La siguiente situación que nos atañe es la de aquel individuo que en plenos
poderes para ejercer su libertad de elección elige aislarse, pasar tiempo
consigo mismo (lo que no es lo mismo que solo), reflexionar en
privacidad. Este tipo de soledad es la que podemos considerar plena y solo
potencialmente elegible para una minoría que ha de cumplir unas pocas
condiciones: ansia de autoconocimiento, armonía con uno mismo o, en su defecto,
ganas por alcanzarla. Ya lo decía Schopenhauer: “La soledad es la suerte de
todos los espíritus excelentes”. Y eso aspiramos a convertirnos.
Autoconocimiento: Utilizar la soledad como una herramienta para tratar
de autoanalizarnos y hablar con nosotros mismo como si de un amigo (así debería
ser siempre) se tratase. Explorarnos, dialogarnos, hablarnos, discutir con
nosotros mismos y, aunque suene fácil peo realmente sea lo más exigente, ser
sinceros con nosotros mismos en todas aquellas temáticas que tratemos.
Recordad, estamos a solas con nosotros. Aprovechémoslo para crecer. Nada de
autocompadecerse. ¿Sería grato quedar con un amigo y que él solo trate de
volcarnos toda su caja de mierda y pesares que lleva a la espalda? ¿Cómo nos
sentiríamos? ¿Haríamos nosotros lo mismo? ¿Nos parecería bien? ¿Y por qué lo
hacemos con nosotros mismos?
Crecimiento: Ya mencionado anteriormente, debemos tratarnos como
trataríamos a nuestros mejores amigos. No hay más. Normalmente nos hablamos
peor de lo que lo haríamos a cualquier persona que conozcamos, amiga o no tan
amiga. ¿Por qué? ¿Y por qué siempre esa voz mental nos atiza tanto? El ego
insatisfecho por los estándares que, casualmente, nos impone esa sociedad y
esas compañías entre las que nos sentimos tan aislados y solitarios.
Verdad: También mencionado. Estamos con nosotros. A solas. Sin nadie que
nos escuche, juzgue, aconseje, dé su opinión sin que le preguntemos o emita un
veredicto. ¿Qué razón tenemos para mentirnos? Sí, de acuerdo. EL EGO. Va siendo
hora de empezar a dejarle fuera de nuestras conversaciones y la mejor de
hacerlo es siendo completamente honestos y crudos. Nos llevaremos buenas, y no
tan buenas, sorpresas sobre cómo somos en realidad tras la imagen que nos hemos
creado después de tantos años de contacto social y crecimiento hacia afuera, y
no hacia adentro.
Por mi parte comenzaría con pequeños actos que normalmente realizamos en
compañía de otras personas. Hagamos algo sin avisar a nadie. Comencemos simple:
un paseo por la ciudad, bosque. Un café en un bar, sentados, simplemente
mirando a la gente que pasea por la calle, cogiendo un (pasado de moda, pero
con un toque elegante) periódico y hojeando distraídamente sus páginas,
observando a las personas que nos rodean. Como primera toma de contacto puede
estar genial por tres aspectos: El primero es estar solos rodeados de gente y
habiendo elegido esa situación, tal cual. El segundo es poner a prueba a
nuestros pensamientos y analizar lo que sentimos en ese momento, la ansiedad de
sentirnos observados por miradas ajenas y juzgantes, la incomodidad de no tener
otro ente humano cercano al cual comentar lo que ocurre si no a nosotros
mismos, ni disponer de una mirada amiga en la cual descansar nuestra acelerada
mente. El tercero es, una vez analizados los pensamientos, darnos cuenta por
nosotros mismos de lo irrisorio que resulta preocuparse de que la gente nos
esté mirnado y juzgando cuando están centrados en sus asuntos y sus compañías.
Somos una persona en un bar hojeando un periódico, y ya está. Nada más. Eso
somos para ellos. No somos unos raros, tipos peligrosos o gente de la cual
separarse por las aviesas intenciones que albergan al haberse sentado solos y
sin compañía en una mesa de una cafetería. Cae en la cuenta de ellos lo antes
posible. Analiza, en versión espejo, lo que esas mismas personas representan
para ti. ¿Verdad que es fácil? Ahora, ¿te das cuenta lo que tú significas para
ellos? Exacto. Incluso menos, ya que ellos están centrados en sus compañías y
en ellos mismos. Tú solo estás centrado en ti mismo, en tu diálogo interior.
Como comienzo y punto de partida es de lo más simple y efectivo que puede haber
y realmente es más fácil de lo que parece.
Es la hora de los libres.
Estar solo por elección es muy diferente a estarlo por imposición. Debemos diferenciar. |
Es, a partir de esa elección de la
soledad, como debemos cogerla como si de una herramienta manual se tratase, la
cual contiene tres elementos o matices para tratarla:
Estas situaciones pueden sonar muy
idílicas, a paseo en el bosque o a fin de semana de retiro en una casa en lo
alto de una montaña sin cobertura ni comunicación humana posible. Bueno, podría
ser, pero no es el objetivo ni, desde luego, el camino más fácil para comenzar
a estar solos.
Por terminar, de manera más
contundente y contumaz: Si esta sociedad no te causa espanto ni ganas de
separarte de ella seguramente estés tan enfermo y corrompido como ella.
Es la hora de los solitarios.